martes, 4 de marzo de 2014

Miedo

La primera vez que sucedió lo justifiqué. Era la primera noche que dormíamos en la casa nueva, con cama nueva, todo distinto. Y casi me mato. Me tiré de la cama de dormida. No me caí, me tiré, como a una pileta de natación sin agua y con el piso sin terminar. Imagínense, me raspé hasta el alma.
Si señores, soy sonámbula. Pero no una sonámbula divertida, sino una del tipo que asusta a los demás y pone en riesgo su integridad física.
Ese verano que me mudé la cosa se puso cada vez peor.
A los pocos días me volví a tirar, pero por la ventana y vale la pena aclarar que la ventana es chiquita, y que del otro lado hay una galería, pero sobre elevada como un metro y fui a parar allá abajo. Me esguincé el tobillo. Todavía tengo grabada la cara de mi marido asomado por la ventana. Totalmente desconcertado y asustado.
La tercera vez me desperté en la calle y para que no se asusten les cuento. Vivo en un pueblo pequeño en las afueras y además, donde hicimos la casa hace doce años atrás, era prácticamente campo.  Me despertó el frío que sentí, estaba con mis atuendos de dormir de verano, una remera cualquiera y en calzones… Menos mal que todavía no tenía vecinos. Me encontré ahí parada, con frio y pensando, ¿qué hago acá?
Otra noche me levanté y fui al comedor, me apoyé en la mesa y me puse a mirar el patio a través de la puerta ventana, mientras pensaba como siempre, ¿qué hago acá?, ¿estoy despierta o dormida? Y ¿qué veo? Un ratón enorme caminando por el tirante del techo de madera. Pensé que estaba soñando, pero no, al otro día mi perro lo cazó, o sea, dormida pero atenta.
El problema más grande es el señor que comparte la cama conmigo, mi marido, que no me entiende. Al principio me discutía y me retaba. ¿A quién se le ocurre discutir con una sonámbula? Me asustaba mucho porque no entendía qué pasaba. El me dice que es al revés, que yo lo asusto a él, pero convengamos, estoy en desigualdad de condiciones porque yo estoy dormida. Después de tantos años se fue acostumbrando y ahora o no me habla o trata de convencerme muy dulcemente que siga durmiendo, pero se enoja bastante.
Después de esta seguidilla de eventos la cosa no daba para más. Además de mis paseos extramuros, casi todas las noche me levantaba a “darme una vuelta” por la casa, me aparecía en la habitación de mis hijas y según su parecer “con cara de loca” les preguntaba “¿qué hacen?” como si fueran las cinco de la tarde. Así que partí de mi neuróloga, una chica joven que ya me había tratado las migrañas. Me hizo varios estudios y finalmente me planteó la posibilidad de  hacerme una polisomnografia, o sea, un estudio del sueño. Te tenés que internar, quedarte a dormir en un sanatorio como si fuera tu casa pero enchufada por todos lados. Después de muchas charlas y consideraciones llegamos a la conclusión que no daría resultado. Ella con ciertas precauciones para no ofenderme me dijo: “tenes que ir a un siquiatra, esto es un trastorno de ansiedad” Y allá fui. El tipo me explicó que mi mente no para, que no me funciona ese filtro que hace que no actuemos lo que estamos soñando, uy!, ¡qué divertido sería!, ¿se imaginan? Me medicó, pero me seguía levantando peor. Más dormida todavía, más peligroso se tornaba.
Un fin de semana largo nos fuimos a las sierras, a una casa grande con mis hermanos, éramos muchos. Nos tocó un dormitorio con cuchetas. Yo estaba en mi peor momento así que pensé, me acuesto abajo, por las dudas, para no golpearme. Y ¿qué pasó?, que pegué un salto y me partí la ceja con la cama de arriba y ¡no me desperté! Seguí durmiendo unos minutos hasta que el dolor de cabeza que sentía y algo frío y líquido que me chorreaba por la cara y se me metía dentro de la oreja me hicieron despertar. Voy al baño y me encuentro con ese panorama, toda la cara ensangrentada y yo sin saber de dónde me salía la sangre. No podía dejar de pensar que estábamos en un pueblo aislado y que si me tenían que coser, ¿qué haríamos? A los gritos como una loca desperté a todo el mundo y cuando  me vieron fue muy gracioso. Hasta que encontramos el corte y no era para tanto, pero…
Así fue que empecé yoga y técnicas de respiración. Hoy estoy mejor. Me levanto, le digo algo a mi marido, generalmente en un tono enojada o con miedo y después de pensar unos segundos, me voy dando cuenta que no estoy despierta. Leve. Los mediodías la pregunta de rutina es: ¿anoche me levanté, no? Y todos nos reímos de la situación.
Fantaseo con poner una camarita en mi dormitorio, como en la película “Actividad paranormal”, pero no me animo. Tengo miedo que al mirar los videos, además de ver todas mis locuras nocturnas, aparezca algo raro, y ahí sí que no duermo nunca más….










1 comentario:

  1. Ahhhhh...yo pondría la camarita...de última se llama al cura del pueblo que bendiga la casa y listo... ;)

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